El retrete utópico

Título original: Das utopische Klo
Autor: Annette Schlemm et al.
Resumen y traducción: Javier Fdez. Retenaga
Toda utopía debe medirse por su capacidad
para resolver el problema de la limpieza del retrete.

 

Al principio fue la necesidad

Nada sucede si antes no hay una necesidad. En otros tiempos esto era diferente. ¿Os acordáis? En el capitalismo de antaño aumentar el dinero y las cotizaciones bursátiles parecía imprescindible. Y se creaban necesidades adicionales, tanto si las personas lo querían como si no. Crear necesidades donde no las había era la mayor de las artes. Y si una persona, pese a todos los esfuerzos y trucos publicitarios, seguía de algún modo sin sentir ninguna -aunque con ella pudiera ganarse mucho dinero-, estaba out. Esa época llegó a su fin. Ahora todas las actividades económicas tienen por objeto satisfacer las necesidades. También en mi caso -me permito imaginar-, retrete utópico, existo únicamente porque personas muy concretas de vez en cuando tienen una necesidad.

``Mis'' personas forman un grupo de entre ocho y doce miembros que han elegido vivir juntos. En ocasiones varían personas concretas, pero hay un núcleo que suele mantenerse unido. Cuando, hace un par de años, se pusieron de acuerdo acerca de la vivienda en la que querían tener sus habitaciones individuales y el cuarto de estar, se ocuparon de todo lo que consideraban importante. Se incorporaron a la Cooperativa Alimentaria local, averiguaron a quién le agradaba cocinar, qué comidas le gustaban a cada cual y..., claro, la necesidad paralela se satisfacía en el viejo retrete que ya estaba allí. ¿Por qué será que este lugar suele ser el último que las personas consideran importante?

Desde cuándo existo es algo que no puedo precisar, pues por nuestra condición vivimos ya en forma inmaterial tan pronto alguien empieza a pensar dónde puede satisfacer su necesidad.

... y se trabaja para ahorrar trabajo

Aún he de decir que por un tiempo se conservó todavía la vieja taza del retrete, hasta que al material se le encontró un nuevo uso. Se construyó, como mercancía, hace cuatro decenios en la cadena de montaje de una gran fábrica de sanitarios. Había allí inodoros de docenas de tipos y formas diversas. De cada tipo se hacían en la cadena de montaje miles iguales de forma casi totalmente automatizada: sólo al final de la cadena había personas, casi siempre mujeres, que los blanqueaban a mano una vez más.

Las cosas producidas se ponían en el mercado y debían esperar a que llegara alguien que tuviera la necesidad correspondiente, le gustaran y dispusiera del dinero necesario para adquirirlas. Bueno, y a menudo eso funcionaba. En todo caso, el esfuerzo por convertir en dinero el chisme producido era cada vez mayor en comparación con el que había que emplear en producir las cosas. En algún momento se empezó poco a poco a preguntar a los compradores qué podían necesitar, para producirlo sólo después de que alguien lo hubiera encargado. Para ello sólo fue necesario que la técnica se volviera más flexible, pero los problemas técnicos son siempre los más sencillos de resolver. Y así podría haber continuado todo muchos años más...

Pero llegó un momento en que a la gente le pareció demasiado estúpido seguir trabajando en algún lugar como autómatas, o ser reemplazados por máquinas automáticas, y siempre disponer de demasiado poco dinero para comprar las cosas necesarias para satisfacer sus necesidades. Al mismo tiempo veían que las cosas se producían en cantidad excesiva. El viejo retrete que teníamos conocía muy bien ese antiguo mundo. En su vida más temprana fue adquirido en un comercio de materiales de construcción por un artesano y acabó en una casa donde era limpiado y desinfectado a diario. Es curioso que la mujer que debía hacerlo no formaba parte del grupo de gente que utilizaba el retrete.

Acabó después en nuestra casa y se convirtió en el centro de atención, lo que le hacía sentirse bastante orgulloso. Por desgracia esa atención no consistía en halagos y cuidados, sino en la disputa acerca de quién debía limpiarlo. Los ocupantes de la vivienda cambiaron muchas veces, el edificio fue reformado, pasaron los años, pero la disputa seguía siendo la misma. Cuando surgió la idea de mí, el retrete utópico, la forma de producir las cosas había cambiado. Ya no existen almacenes de mercancías fabricadas automáticamente, las cuales estaban ya cada vez más lejos del alcance de los trabajadores en paro. Cuando en el siglo XXI se hizo técnicamente posible que quienes necesitaban algo expresaran directamente sus deseos y que, a partir de ese momento, ellos mismos y otros se pusieran manos a la obra para producirlo, la intervención del dinero y el mercado se hizo superflua. Se produce lo que se necesita.

Técnicamente, todo es posible; cómo sea de hecho lo decide la gente. En los mercados locales, mucho tiempo atrás, también se producía aproximadamente lo que se necesitaba. La mayor parte de los retretes se los hacía cada uno en su propia casa, aunque a veces se requería también la ayuda de un artesano. Sólo los retretes de lujo se construían en otro lugar y los comerciantes se los llevaban a aquellos que podían pagarlos. Más adelante, esos comerciantes se volvieron innecesarios ya que en lo esencial era el dinero el que reunía en el mercado productos y consumidores. Esto era más cómodo para los individuos, pues sólo tenían que preocuparse de su trabajo y no era asunto suyo de dónde vinieran las cosas que necesitaban. Con dinero podía comprarse cualquier cosa. Estas estructuras dispensaban a la gente de ocuparse de la organización. Ahora la gente vuelve a ocuparse directamente de cómo satisfacer sus necesidades, ellos mismos tienen que organizarse: mediante la división del trabajo en la comunidad, mediante deliberaciones, acuerdos y el cuidado de llevarlos a la práctica con la mayor eficacia posible.

Para evitar que todos tengan que ocuparse por sí mismos de cualquier nimiedad, cada uno se encarga de ciertas cosas. Una persona se pone manos a la obra con determinado asunto, y es ella la que se encarga de él. No puede obligar a nadie a colaborar. Si esa persona no encuentra a nadie que quiera hacer lo que propone, eso significa que ha echado mano de algo que nadie más encuentra necesario. Por ejemplo, hasta el momento no ha habido suficiente cantidad de personas que tuvieran la necesidad de emprender una carrera espacial. Por eso el programa espacial quedó congelado, aun cuando había ``expertos'' que decían que la humanidad tendría un día que abandonar su cuna cosmica, la tierra. Pero pronto no habrá ya nadie que diga cosas así: lo sé porque ni una sola de las personas que se sientan encima de mí lee ``literatura utópica''.

Respecto a las cosas que muchos necesitan, como los panecillos sobre la mesa cada mañana, o a un servidor, naturalmente siempre se encuentra quien se ocupe de ello. Estos se preocupan sobre todo de que los demás tengan que invertir en ello la menor cantidad de trabajo posible, excepto cuando el asunto es tan agradable que incluso lo prolongan más de lo imprescindible. En cierto modo, apenas se distingue cuándo la gente está trabajando y cuándo no. La mayoría están siempre activos, de alguna manera siempre están haciendo algo. La mayor parte de las veces con mucho gusto, otras con menos. Sé bien que el asunto de la construcción del retrete se iba siempre dejando para más adelante, ya que nadie se quería ocupar de ello. Pero el viejo retrete pronto dejó de gustar a quienes vivían en mi casa; y fueron surgiendo algunas simpáticas ideas que se escribían en la pared, y que en algún momento se plasmaron en un auténtico retrete.

Mi trayectoria vital

Cuando ``mis'' personas se reunieron para planificarme hicieron muchas bromas al respecto. Lo llamaron tormenta de ideas.

El debate sobre lo que ellos mismos querían y podían hacer y sobre qué habrían de preguntar a otros para ver si lo harían por ellos se prolongó largo tiempo. Era necesaria una pequeña investigación en internet para ver quién anunciaba qué haría con gusto por otros o a quién le sobraba algo que pudiera resultar útil. Por eso se creó una página web denominada ``retretopía'' en la que se investiga todo lo relacionado con la construcción y el uso de los retretes. Alrededor de esa página se sentaron un día juntos todos los que hoy me usan, ahí concretaban los diversos parámetros de un posible retrete. Reflexionaron durante un buen tiempo hasta que de la necesidad de disponer de un nuevo retrete surgió una especie de bosquejo preliminar. ¡Y no era poco lo que había que decidir!

Sucedía incluso que algunas posibilidades no se formulaban hasta que mis usuarios veían que existía una solución técnica. Así, mis usuarios todavía no se habían dado cuenta de que mi uso podía facilitarse a los niños pequeños mediante unos dispositivos especiales. Y como también quisieron prever la posibilidad de que los niños pequeños me usaran -algunos de mis usuarios planeaban ya tener hijos-, integraron luego en mí toda una serie de dispositivos que facilitaran la vida a su descendencia. Para este diseño se apoyaron en la web dedicada a este tema, en la que continuamente aparecían nuevas figuras de modelos basados en los primeros bosquejos. Esto ayudó mucho a mis usuarios a imaginarse cuál sería el resultado si tomaban esta o aquella decisión. Habrían podido incluso dar forma a esos modelos en su propio baño, pero mis usuarios no lo consideraron necesario.

Algo así habría sido muy distinto antes del Gran Cambio Social. Entonces no se daba un proceso de planificación parecido, sino que las personas que tenían alguna necesidad no podían más que ir a un gran comercio en el que se ofrecían diversos retretes ya terminados. Y por esas chapuzas tan poco útiles la gente de entonces incluso se gastaba algo que llamaban dinero y que para ellos lo era todo. Es algo que apenas soy capaz de imaginar.

Pero no creáis que a mis usuarios les resultaba sencillo tomar las decisiones precisas para satisfacer determinadas necesidades. En la página web aparecían minuciosos estudios sobre la cantidad de energía y materias primas que requería dar cumplimiento a este o aquel deseo, así como sobre mi producción y mantenimiento. Se produjo una viva discusión sobre la importancia de una superficie que repeliera la suciedad, de tal manera que, añadiéndole un dispositivo de agua corriente, no necesitara que nadie lo limpiase. Por desgracia una superficie así aun hoy sólo puede hacerse con un elevado gasto de energía, y mis usuarios no quieren desperdiciarla.

También antes se producían vivas discusiones, pero giraban en torno a no sé qué cifras abstractas en vez de a la utilización de la energía y el medio ambiente. Claro que la gente que disponía de mucho de ese funesto dinero no discutía mucho al respecto, pero en las familias en las éste escaseaba tales debates se convertían en disputas continuas. Eso debe de haber sido terrible. A veces me pregunto cómo podían las personas de entonces soportarse unas a otras.

Finalmente, se formularon todos los deseos, se calibraron las necesidades a satisfacer teniendo en cuenta su impacto sobre el medio ambiente, y se tomaron todas las decisiones. Al final, todos mis usuarios se mostraron de acuerdo con la decisión adoptada, pues todos podían reconocerse en ella. ¿Será ésa la razón de que mis usuarios me traten con tanto cuidado?

En cualquier caso, se llegó al siguiente paso hacia mi materialización. El diseño que mis usuarios, con ayuda de la página web, habían terminado, se envió a un grupo de gente que también trabajaba en la web. Había un par de detalles en el diseño del retrete que el software de la web no era capaz de desvelar, de modo que los diseños habían de ser puestos a prueba de nuevo por una persona para comprobar si eran realizables. Ciertamente, quienes se encargaban de la web estaban desarrollando el software permanentemente, pero a través de la comunicación constante con los potenciales usuarios del retrete iban surgiendo nuevas necesidades y posibles realizaciones, de manera que siempre estaba en pie el reto de desarrollar la mejor web posible para el diseño de retretes.

Nada que ver con la forma en que se diseñaba antes. En algún lugar había algunos solitarios ingenieros o jefes de empresa que, con igual soledad, tomaban sus decisiones sobre los diseños. Seguro que unos u otros sabían en buena medida lo que hacían, pero sencillamente partían de algunos presupuestos erróneos, ya que no disponían del saber acumulado por los usuarios de sus diseños. Antes del Gran Cambio Social, estos productos mal diseñados y apenas aptos para el uso tenían que ser presentados a los posibles usuarios con mucha ceremonia. Y sólo después de que estos diseños fijos (y, no obstante, realizados en masa) habían sido o no aceptados por los usuarios se descubría si eran en alguna medida útiles. ¡Qué derroche de energía y recursos para cosas que quizá nadie quería tener!

Mi materialización sería pronto un hecho. Mi diseño estaba ya listo en forma computerizada, de manera que con el software correspondiente no había mayores dificultades para convertir ese diseño en instrucciones para el parque de máquinas que finalmente llevó a efecto mi materialización. ¡Eran máquinas verdaderamente formidables! Podían construir no sólo retretes, no. En la máquina de al lado, por ejemplo, estaba tomando forma una silla.

Buena parte de mi materialización consistía en que los materializadores, hoy en día muy extendidos, a partir de los datos de mi diseño materializaban piezas en bruto que después, con ayuda de ciertos procedimientos técnicos, eran transformadas en otros materiales más aptos para el uso que iba a dárseles. Así, algunas piezas que primero, como modelo, habían sido preparadas con resina sintética, fueron después fundidas y convertidas en metálicas. Como es natural, los modelos podían fundirse de nuevo y reutilizarse el material, de manera que sólo las piezas necesarias eran formadas a partir de materias primas nuevas.

Antes, por el contrario, las máquinas estaban mucho más especializadas y sólo podían fabricar cosas muy concretas. El caso es que el desarrollo tecnológico continuó a bastante velocidad y, sencillamente, resultaba más práctico tener unos pocos materializadores universales que muchas máquinas altamente especializadas. Ese desarrollo se vio entonces favorecido por la multitud de Proyectos Libres que surgieron antes del Gran Cambio Social. Como muchos de estos proyectos trabajaban fundamentalmente sobre informaciones en torno a determinados productos y su fabricación, los materializadores se hicieron cada vez más necesarios. Cuando, más adelante, cada vez más Proyectos Libres se ocuparon de la creación de ese materializador, también fueron apareciendo cada vez más Productos Libres.

Cuando ya estuve materializado fui introducido en una caja oscura y, tras algunos trompicones (¿tendría algún virus el programa que regulaba la cinta de transporte?), mis usuarios me vieron por primera vez. Y mi montaje no fue nada complicado, ya que las conexiones para mi instalación estaban tan reguladas y simplificadas que cualquier persona podía hacerlo en un periquete.

Como el grupo había invertido bastante tiempo en estudiar el asunto, al encargado se le encomendó la tarea de transmitir a los responsables de la página web todas las nuevas ideas que iban surgiendo, para que así también otros pudieran sacar provecho de sus experiencias conmigo. Antes, cuando el conocimiento estaba privatizado y comercializado en forma de patentes y licencias, en la transición hacia la actual libre utilización por todos de todas las ideas empezó a emplearse una nueva licencia, surgida por primera vez en el campo del llamado software libre: la GPL (General Public License). Con esta licencia, planos, documentación y todo tipo de textos podían utilizarse siempre que uno se comprometiera a redistribuirlos libremente, manteniéndolos fuera del ámbito de la economía de compraventa. Cualquiera podía hacer modificaciones, siempre que las versiones anteriores permanecieran documentadas con sus respectivos autores. En los textos, el anterior copyright se convirtió en un copyleft. Como este texto que tienes delante apareció en su primera versión bajo un copyleft, docenas de personas han colaborado y lo han modificado como mejor les ha parecido.

Hoy en día a nadie se le ocurre mantener algo importante en privado o exigir una compensación por ello, de ahí que apenas sea necesario hacer uso de la GPL o mencionarla de forma explícita. La regulación de la propiedad de las personas de hoy en día se basa en esos principios. No sólo los conocimientos -para los que la GPL surgió originalmente- , también todo hardware, los medios de producción y consumo, se encuentran bajo la GPL. Todos pueden aprovecharse, emplear, redistribuir y desarrollar lo que necesitan.

Desde finales del siglo XX, ya no sucede que las cosas no alcanzan para todos y que, por tanto, tengan que permanecer bajo una especie de ``administración de la escasez''. En realidad, esa administración de la escasez ha caracterizado a todas las sociedades anteriores, y ha tenido lugar bien mediante el dominio autocrático, bien mediante el poder, aparentemente imparcial, de la explotación del capital. A esos poderes quedaba sometida toda la organización del modo de administrar los medios necesarios, lo cual iba en detrimento de los intereses de las personas y provocaba graves daños en la naturaleza. Antes del Gran Cambio Social la situación era esquizofrénica: se vivía en una sociedad de la abundancia (se producían cientos de retretes que nunca llegaban a ser utilizados), la gente se quejaba de no poder trabajar más (necesitaban empleos para conseguir el dinero que les permitiera adquirir lo que deseaban), y al mismo tiempo cada vez más personas vivían en la penuria y, en la medida en que no podían permitirse participar en la vida económica, quedaban al margen de la sociedad. En cualquier caso, también yo estoy bajo la GPL. Propiamente hablando no pertenezco a nadie; quien me necesita me utiliza para sus necesidades. ¿Para qué si no? Hubo un tiempo en que incluso se pagaba por la utilización de mis ``colegas''. Quien no disponía de dinero, no podía hacerlo.

Tras el uso, siempre llega el momento de hacer limpieza

Así, llegamos de nuevo al problema de la limpieza. Me temo que todos prefieren hacer cualquier cosa antes que limpiarme, y eso aun cuando soy tan utópico. La limpieza del baño es tarea de todos y la hacen por turnos. La porquería que queda a la vista la limpia en el momento aquel que la ha producido. Creo que antes eso tenía incluso un nombre. Se llamaba principio del causante. Cada uno se responsabiliza de lo que ha ocasionado. Si los pequeños estorbos se eliminan de inmediato, nunca llega uno a tener que acometer grandes trabajos. Merece la pena ¿no?

Una limpieza un poco más a fondo la hacen algunos a diario, otros cada varios días, pero en ese caso más minuciosa. Ahí cada persona tiene su método. A menudo me hacen tragar restos de vinagre, pues el agua calcárea me hace bastante daño. Me gusta esa acidez. Por esa razón, alguien pensó en cambiar el suministro de agua, pero el resto opinó que no era necesario y que sería un derroche de recursos. De vez en cuando cambian los cuidados que me dispensan. Incluso hay unas ``normas para la utilización del retrete'' puestas por escrito, pero están en el tablón de los chistes. Al final, son mis personas por sí mismas las que deciden cómo prefieren hacerlo. Entre sus necesidades está la de no estar continuamente negociando, y dejar así las cosas zanjadas por una temporada. El modo de proceder se va armonizando y asentando con el tiempo. Acaban de tirar de la cadena. ¿Te vas? Todavía tenía alguna cosa que contarte...